miércoles, 4 de diciembre de 2013

Ejercicio de casting a partir de un cuento de Saki.


Tenemos un cuento, sin guión aún. Este trabajo es previo al resto de la producción. Se trata de proponer al director un casting para hacer un cortometraje a partir del cuento, pero IMPORTANTE: actúen como artistas, tomen decisiones artísticas. No se trata solo de transcribir las características que salen del relato inicial, se trata de apostar por una serie de perfiles de personajes que pueden hacer que nuestro relato funcione mejor en pantalla, podemos cambiarlo de época, alterar el número de personajes principales, alterar sus características. Todo vale si manteniendo el espíritu del relato ofrecemos al director una apuesta que lo impulse y mejore.

Puntos a considerar:
  • Para cada papel principal se va a elegir entre 10 personas, además de figuración (no se ha decidido). Esta cantidad de participantes es para valorar el siguiente punto, esto es, las necesidades del casting.
  • Necesidades de producción para el casting: espacio, tiempo, equipo humano, presupuesto
  • Dada la hoja de toma de datos para los participantes en el casting que les he proporcionado, estudiarla y añadir lo que creas necesario (o quitar) para personalizarla.
  • Preparar perfiles y demás de los papeles principales. Estos perfiles serán la herramienta que usaremos para elegir actores y actrices durante el casting.

Más:

1
- ¿Existe posibilidad de acudir a agencias de casting online?

2
- Ejercicio de imaginación: reparto ideal con actores del panorama actual. Actores del cine americano, europeo, español o canario. Pueden elegir. 



La ventana abierta 


Mi tía bajará enseguida, señor Nuttel —le dijo una joven dama de quince años, muy dueña de sí misma—. Entretanto, tendrá que conformarse conmigo.
Framton Nuttel se esforzó por decir algo correcto que halagara debidamente a la sobrina en ese momento sin dejar fuera indebidamente a la tía que iba a llegar. Personalmente dudaba más que nunca de que esas visitas formales a una serie de absolutos desconocidos sirvieran para ayudarle en la cura de nervios que se suponía estaba realizando.
Ya sé lo que va a pasar —le había dicho su hermana cuando él se disponía a viajar a ese retiro rural—. Te encerrarás allí y no hablarás con nadie, por lo que tus nervios se pondrán peor que nunca por el abatimiento. Te daré cartas de presentación a todas las personas que conozco allí. Algunas de ellas, por lo que puedo recordar, eran bastante agradables.
Framton se preguntaba si la señora Sappleton, la dama a la que iba a entregar una de las cartas de presentación, pertenecería al grupo de los agradables.
¿Conoce a muchas personas de por aquí? —preguntó la sobrina cuando consideró que ya habían tenido un grado suficiente de comunión silenciosa.
Apenas a nadie —contestó Framton—. Mi hermana estuvo aquí, en la casa parroquial, ya sabe, hace unos cuatro años, y me dio algunas cartas de presentación.
Hizo esta última afirmación en un tono que transparentaba claramente su pesar.
Entonces, ¿no sabe prácticamente nada de mi tía? —siguió diciéndole la independiente joven.
Tan sólo su nombre y dirección —admitió el visitante. Se preguntaba si la señora Sappleton sería casada o viuda. Algo indefinible que había en la habitación parecía sugerir una atmósfera masculina.
Su gran tragedia sucedió hace sólo tres años —dijo la joven—. Debió ser después de la estancia de su hermana.
¿Su tragedia? —preguntó Framton; de alguna manera, en esa tranquila zona rural las tragedias parecían fuera de sitio.
Quizás se pregunte el motivo de que mantengamos abierta esta puertaventana en una tarde de octubre —contestó la sobrina señalando una amplia ventana francesa que daba a un prado.
Hace bastante calor para la época del año —dijo Framton—. ¿Es que tiene algo que ver con la tragedia?
Hoy hace tres años que su marido y sus dos hermanos pequeños salieron por ella para ir a cazar. No regresaron. Al cruzar el pantano para ir a su lugar favorito de caza al acecho, fueron tragados por una ciénaga traicionera. Fue aquel terrible verano húmedo, se acordará, y los lugares que habían sido seguros en otros años cedían de pronto sin previo aviso. Nunca se recuperaron sus cuerpos. Eso fue lo más terrible —en ese momento la voz de la niña había perdido su dominio y se volvió vacilantemente humana—. La pobre tía cree que regresarán algún día, ellos y el pequeño spaniel oscuro que les acompañaba, y que entrarán por esa puertaventana tal como solían hacer. Esa es la razón de que esté abierta todas las tardes hasta que oscurece. Mi pobre tía me ha contado a menudo cómo se marcharon, su marido con el impermeable blanco sobre el brazo, y Ronnie, su hermano menor, cantando «Bertie, why do you bound?» tal como solía hacer siempre; como una broma, porque ella decía que la ponía nerviosa. ¿Sabe usted? A veces, en las tardes tranquilas como ésta, casi tengo la sensación de que todos van a entrar por ahí...
Se interrumpió con un estremecimiento. Para Framton fue un alivio que la tía irrumpiera en la habitación con toda una serie de excusas por haberse presentado tan tarde.
Confío en que Vera le haya distraído —dijo.
Ha sido muy interesante —contestó Framton.
Espero que no le importe que tengamos la puerta abierta —dijo de pronto la señora Sappleton—. Mi marido y mis hermanos van a regresar de la caza y siempre entran por allí. Hoy han salido a cazar al acecho, en los pantanos, así que ensuciarán bastante mis pobres alfombras. Pero así son los hombres, ¿no le parece?
Siguió conversando alegremente acerca de la caza, la escasez de aves y las perspectivas del pato para el invierno. A Framton aquello le resultaba absolutamente horrible. Hizo un esfuerzo desesperado, que sólo obtuvo un éxito parcial, para desviar la conversación a un tema menos fantasmal; se daba cuenta de que su anfitriona sólo le prestaba un fragmento de su atención, y que su mirada se desviaba constantemente de él hacia la puertaventana abierta y el prado que había detrás. Ciertamente, fue una coincidencia desafortunada que hubiera hecho la visita en ese aniversario trágico.
Los doctores están de acuerdo en ordenarme un descanso completo, una ausencia total de excitación mental y que evite todo lo que represente un ejercicio físico violento —anunció Framton, basándose en el engaño tolerablemente bien extendido de que los desconocidos y las amistades hechas al azar están hambrientos de los menores detalles acerca de las enfermedades y dolencias de uno, con sus causas y curaciones—. Pero en cuanto al asunto de la dieta, ya no están tan de acuerdo.
¿No? —preguntó la señora Sappleton consiguiendo en el último momento sustituir la pregunta por un bostezo. De pronto se animó y prestó atención, pero no a lo que estaba diciendo Framton.
¡Por fin, ya están aquí! —gritó—. Justo a tiempo para el té, y no parece que vengan cubiertos de barro hasta los ojos!
Framton se estremeció ligeramente y se volvió hacia la sobrina con una mirada que trataba de transmitir su comprensión y simpatía. La niña miraba hacia afuera, por la ventana abierta, con asombro y horror en los ojos. Con un miedo glacial e imposible de describir, Framton se dio la vuelta en su asiento y miró en la misma dirección.
Bajo la luz del crepúsculo, tres figuras cruzaban el prado hacia la puertaventana; todas llevaban escopetas bajo el brazo, y una iba cargada además con un impermeable blanco sobre los hombros. Un fatigado spaniel oscuro se mantenía cerca de sus talones. Se acercaron a la casa sin hacer ruido, y luego una voz juvenil y áspera cantó desde la oscuridad: «I said, Bertie, why do you bound?»
Framton se aferró a su bastón y sombrero; la puerta de la casa, el camino de gravilla y el portón de la finca tan sólo fueron fases, apenas percibidas, de su precipitada retirada. Un ciclista que venía por la carretera tuvo que meterse en un seto para evitar la inminente colisión.
Ya estamos aquí, querida —dijo el que llevaba el impermeable blanco en el momento de entrar por la ventana—. Llevamos bastante barro, pero casi seco. ¿Quién era ése que salía a toda prisa cuando llegábamos?
Un hombre de lo más extraordinario, un tal señor Nuttel —contestó la señora Sappleton—. Sólo era capaz de hablar de su enfermedad, y se marchó sin pronunciar una excusa o una palabra de adiós cuando llegasteis. Parecía que hubiera visto un fantasma.
Supongo que fue por el spaniel —intervino la sobrina con voz tranquila—. Me contó que tenía horror a los perros. Una vez fue atacado en un cementerio de algún lugar de las orillas del Ganges por una manada de perros de los parias y tuvo que pasar la noche en una tumba recién excavada, mientras los animales gruñían, ladraban y espumeaban por encima de él. Con eso, cualquiera puede perder los nervios.
Su especialidad eran las historias improvisadas.


Saki 1914


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