Tenemos un cuento, sin guión aún.
Este trabajo es previo al resto de la producción. Se trata de
proponer al director un casting para hacer un cortometraje a partir
del cuento, pero IMPORTANTE: actúen como artistas, tomen decisiones artísticas. No se trata solo de transcribir las características que
salen del relato inicial, se trata de apostar por una serie de
perfiles de personajes que pueden hacer que nuestro relato funcione
mejor en pantalla, podemos cambiarlo de época, alterar el número de
personajes principales, alterar sus características. Todo vale si
manteniendo el espíritu del relato ofrecemos al director una apuesta
que lo impulse y mejore.
Puntos a considerar:
- Para cada papel principal se va a elegir entre 10 personas, además de figuración (no se ha decidido). Esta cantidad de participantes es para valorar el siguiente punto, esto es, las necesidades del casting.
- Necesidades de producción para el casting: espacio, tiempo, equipo humano, presupuesto
- Dada la hoja de toma de datos para los participantes en el casting que les he proporcionado, estudiarla y añadir lo que creas necesario (o quitar) para personalizarla.
- Preparar perfiles y demás de los papeles principales. Estos perfiles serán la herramienta que usaremos para elegir actores y actrices durante el casting.
Más:
1
- ¿Existe posibilidad de acudir a
agencias de casting online?
2
- Ejercicio de imaginación: reparto
ideal con actores del panorama actual. Actores del cine americano,
europeo, español o canario. Pueden elegir.
La
ventana abierta
—Mi
tía bajará enseguida, señor Nuttel —le dijo una joven dama de
quince años, muy dueña de sí misma—. Entretanto, tendrá que
conformarse conmigo.
Framton Nuttel se
esforzó por decir algo correcto que halagara debidamente a la
sobrina en ese momento sin dejar fuera indebidamente a la tía que
iba a llegar. Personalmente dudaba más que nunca de que esas visitas
formales a una serie de absolutos desconocidos sirvieran para
ayudarle en la cura de nervios que se suponía estaba realizando.
—Ya
sé lo que va a pasar —le había dicho su hermana cuando él se
disponía a viajar a ese retiro rural—. Te encerrarás allí y no
hablarás con nadie, por lo que tus nervios se pondrán peor que
nunca por el abatimiento. Te daré cartas de presentación a todas
las personas que conozco allí. Algunas de ellas, por lo que puedo
recordar, eran bastante agradables.
Framton se
preguntaba si la señora Sappleton, la dama a la que iba a entregar
una de las cartas de presentación, pertenecería al grupo de los
agradables.
—¿Conoce
a muchas personas de por aquí? —preguntó la sobrina cuando
consideró que ya habían tenido un grado suficiente de comunión
silenciosa.
—Apenas
a nadie —contestó Framton—. Mi hermana estuvo aquí, en la casa
parroquial, ya sabe, hace unos cuatro años, y me dio algunas cartas
de presentación.
Hizo esta última
afirmación en un tono que transparentaba claramente su pesar.
—Entonces,
¿no sabe prácticamente nada de mi tía? —siguió diciéndole la
independiente joven.
—Tan
sólo su nombre y dirección —admitió el visitante. Se preguntaba
si la señora Sappleton sería casada o viuda. Algo indefinible que
había en la habitación parecía sugerir una atmósfera masculina.
—Su
gran tragedia sucedió hace sólo tres años —dijo la joven—.
Debió ser después de la estancia de su hermana.
—¿Su
tragedia? —preguntó Framton; de alguna manera, en esa tranquila
zona rural las tragedias parecían fuera de sitio.
—Quizás
se pregunte el motivo de que mantengamos abierta esta puertaventana
en una tarde de octubre —contestó la sobrina señalando una amplia
ventana francesa que daba a un prado.
—Hace
bastante calor para la época del año —dijo Framton—. ¿Es que
tiene algo que ver con la tragedia?
—Hoy
hace tres años que su marido y sus dos hermanos pequeños salieron
por ella para ir a cazar. No regresaron. Al cruzar el pantano para ir
a su lugar favorito de caza al acecho, fueron tragados por una
ciénaga traicionera. Fue aquel terrible verano húmedo, se acordará,
y los lugares que habían sido seguros en otros años cedían de
pronto sin previo aviso. Nunca se recuperaron sus cuerpos. Eso fue lo
más terrible —en ese momento la voz de la niña había perdido su
dominio y se volvió vacilantemente humana—. La pobre tía cree que
regresarán algún día, ellos y el pequeño spaniel oscuro que les
acompañaba, y que entrarán por esa puertaventana tal como solían
hacer. Esa es la razón de que esté abierta todas las tardes hasta
que oscurece. Mi pobre tía me ha contado a menudo cómo se
marcharon, su marido con el impermeable blanco sobre el brazo, y
Ronnie, su hermano menor, cantando «Bertie, why do you bound?» tal
como solía hacer siempre; como una broma, porque ella decía que la
ponía nerviosa. ¿Sabe usted? A veces, en las tardes tranquilas como
ésta, casi tengo la sensación de que todos van a entrar por ahí...
Se interrumpió
con un estremecimiento. Para Framton fue un alivio que la tía
irrumpiera en la habitación con toda una serie de excusas por
haberse presentado tan tarde.
—Confío
en que Vera le haya distraído —dijo.
—Ha
sido muy interesante —contestó Framton.
—Espero
que no le importe que tengamos la puerta abierta —dijo de pronto la
señora Sappleton—. Mi marido y mis hermanos van a regresar de la
caza y siempre entran por allí. Hoy han salido a cazar al acecho, en
los pantanos, así que ensuciarán bastante mis pobres alfombras.
Pero así son los hombres, ¿no le parece?
Siguió
conversando alegremente acerca de la caza, la escasez de aves y las
perspectivas del pato para el invierno. A Framton aquello le
resultaba absolutamente horrible. Hizo un esfuerzo desesperado, que
sólo obtuvo un éxito parcial, para desviar la conversación a un
tema menos fantasmal; se daba cuenta de que su anfitriona sólo le
prestaba un fragmento de su atención, y que su mirada se desviaba
constantemente de él hacia la puertaventana abierta y el prado que
había detrás. Ciertamente, fue una coincidencia desafortunada que
hubiera hecho la visita en ese aniversario trágico.
—Los
doctores están de acuerdo en ordenarme un descanso completo, una
ausencia total de excitación mental y que evite todo lo que
represente un ejercicio físico violento —anunció Framton,
basándose en el engaño tolerablemente bien extendido de que los
desconocidos y las amistades hechas al azar están hambrientos de los
menores detalles acerca de las enfermedades y dolencias de uno, con
sus causas y curaciones—. Pero en cuanto al asunto de la dieta, ya
no están tan de acuerdo.
—¿No?
—preguntó la señora Sappleton consiguiendo en el último momento
sustituir la pregunta por un bostezo. De pronto se animó y prestó
atención, pero no a lo que estaba diciendo Framton.
—¡Por
fin, ya están aquí! —gritó—. Justo a tiempo para el té, y no
parece que vengan cubiertos de barro hasta los ojos!
Framton se
estremeció ligeramente y se volvió hacia la sobrina con una mirada
que trataba de transmitir su comprensión y simpatía. La niña
miraba hacia afuera, por la ventana abierta, con asombro y horror en
los ojos. Con un miedo glacial e imposible de describir, Framton se
dio la vuelta en su asiento y miró en la misma dirección.
Bajo la luz del
crepúsculo, tres figuras cruzaban el prado hacia la puertaventana;
todas llevaban escopetas bajo el brazo, y una iba cargada además con
un impermeable blanco sobre los hombros. Un fatigado spaniel oscuro
se mantenía cerca de sus talones. Se acercaron a la casa sin hacer
ruido, y luego una voz juvenil y áspera cantó desde la oscuridad:
«I said, Bertie, why do you bound?»
Framton se aferró
a su bastón y sombrero; la puerta de la casa, el camino de gravilla
y el portón de la finca tan sólo fueron fases, apenas percibidas,
de su precipitada retirada. Un ciclista que venía por la carretera
tuvo que meterse en un seto para evitar la inminente colisión.
—Ya
estamos aquí, querida —dijo el que llevaba el impermeable blanco
en el momento de entrar por la ventana—. Llevamos bastante barro,
pero casi seco. ¿Quién era ése que salía a toda prisa cuando
llegábamos?
—Un
hombre de lo más extraordinario, un tal señor Nuttel —contestó
la señora Sappleton—. Sólo era capaz de hablar de su enfermedad,
y se marchó sin pronunciar una excusa o una palabra de adiós cuando
llegasteis. Parecía que hubiera visto un fantasma.
—Supongo
que fue por el spaniel —intervino la sobrina con voz tranquila—.
Me contó que tenía horror a los perros. Una vez fue atacado en un
cementerio de algún lugar de las orillas del Ganges por una manada
de perros de los parias y tuvo que pasar la noche en una tumba recién
excavada, mientras los animales gruñían, ladraban y espumeaban por
encima de él. Con eso, cualquiera puede perder los nervios.
Su especialidad
eran las historias improvisadas.
Saki 1914
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